(Foto: noticiasdealava.com)
El Manifiesto por la lengua común, peca en mi opinión de tener una visión sesgada, parcial y desinformada de la realidad. Parte de un conflicto que en algunos casos no es real. Parte de la concepción aún no demostrada científica ni estadísticamente de una situación generalizada de discriminación de la lengua común frente a las lenguas co-oficiales. A mi parecer no se trata de un conflicto real en las dimensiones que lo presentan sino un conflicto de creación partidista basado en las brechas que toda convivencia entre lenguas y culturas puede llegar a tener. Estas brechas son lógicas en toda convivencia pero necesitan de diálogo y conocimiento mutuo para poderlas subsanar.
A los autores del manifiesto, les falta una voluntad completa de compartir diálogo y de conocimiento de la situación del contrario. En cierto modo son como el hermano mayor que ha sido criado y mimado desde siempre como primogénito y que al cabo de los años (40 para ser más exactos) descubre que tiene un hermano natural regresado del exilio y con el que debe compartir no solo habitación sino también el cuidado y el amor de sus padres. Aceptar una situación en que existe alguien más que tiene derechos idénticos a los nuestros y en con el que hay que compartir recursos puede llegar a ser un tanto conflictivo. ¿A caso no sentiríamos todos ciertos celos?
La imagen que se percibe del manifiesto, a parte de sexista porque solo utiliza el masculino (algo incomprensible entre intelectuales y filósofos), es que dan, de forma involuntaria o no, una imagen de decadencia y peligro de muerte del castellano, no solo en las comunidades bilingües sino en toda España y parte del extranjero. ¿Debe temer un ciudadano cordobés por el uso de su lengua materna (el andaluz)? Supuestamente sí, si es que va a Barcelona de turismo o a visitar a parientes suyos. Además estos parientes están totalmente coaccionados y no pueden usar su lengua materna (el andaluz) bajo pena de sentirse observados por miles de ojos censores que no concen ni quieren usar la lengua común.
En toda la historia de la humanidad ha habido mayoría de intelectuales que han tomado partido por una opción política. Lo difícil es mantenerse al margen. En el caso de España no existe una sola dimensión política (derecha - izquierda) sino dos (tendencias centralistas - tendencias centrífugas). No se trata en este caso de escoger entre derecha o izquierda, sino entre nacionalismo periférico y nacionalismo centralista. En este caso, tal y como se ve en algunos firmantes del manifiesto, es absolutamente compatible ser intelectual de izquierdas y tener tendencias centralistas.
No se trata, por otro lado, de un conflicto entre nacionalistas y no-nacionalistas, Parte de la idea falaz de que existe una distinción entre nacionalistas que discriminan el uso del castellano y no nacionalistas que son víctimas de tal discriminación. En realidad se puede documentar la existencia de nacionalismos catalán, vasco, gallego y español entre otros desde el siglo XVIII si no antes.
En la actualidad no existe un no no-nacionalismo sino que en realidad el conflicto se da entre unos nacionalismos centrípetos (gallego, vasco, catalán, canario...) y un nacionalismo centralista (español). En mi opinión el término “no-nacionalista” es un eufemismo que intenta huir de la identificación entre nacionalismo español y dictadura franquista. Un nacionalista español puede ser perfectamente de derechas o de izquierdas y demócrata, siempre y cuando acepte de forma no excluyente la existencia de otras sensibilidades contrarias a la suya. Dentro del nacionalismo español existen distintas tendencias situadas entre la moderación y el diálogo y el radicalismo más extremo, homologable al más extremo de cualquier nacionalismo periférico violento (no solo existe la violencia física y terrorista sino también la violencia verba). El nacionalismo español más radical, además, puede llegar a ser identificable además con el catolicismo más fundamentalista y el neoliberalismo más ortodoxo.
El estudio politológico del termino nacionalismo demuestra que los nacionalismos existen en contraposición de otros, no de su ausencia. El nacionalismo es un concepto burgués nacido en el S.XIX ligado a intereses económicos y de poder. Ambos crean la identidad como elemento de cohesión de manera que se facilite la aceptación de la ideología nacionalista por parte del resto de ciudadanos. En España los sentimientos centrífugos y centrípetos existen desde hace ya varios siglos. No es un invento surgido tras la muerte de Franco y el nacimiento de la democracia. Junto a la tradicional dicotomía entre izquierdas y derechas existente en este país y nacida de la Revolución Industrial debe unirse otra no menos tradicional dicotomía entre centralismo y periferia, cuyo origen se remonta más allá del siglo XV y con su mayor apogeo a partir del XVIII. El fracaso de la II República y 40 años de dictadura ocultaron esta dimensión política pero no la eliminaron.
En conclusión, el manifiesto por la lengua común es un escrito parcial enfocado solo hacia un extremo de la realidad lingüística española y que voluntariamente o no los intelectuales firmantes ponen al servicio del nacionalismo español y también de la derecha más radicales, rancios y tergiversadores del país. Es un enfoque desconocedor de la situación actual y en absoluto constructivo ante el problema en el que nos hallamos: no es un problema de supremacías, sino de compaginar y diseñar un modelo útil de convivencia entre lenguas, culturas y al fin y al cabo ciudadanos y ciudadanas de este país. ¿Para cuando un manifiesto de intelectuales de todos los colores a favor de un convivencia y de un diálogo que de verdad sumen de forma constructiva?
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